agosto 19, 2012

tengo un sueño

No se puede comparar el caso de Pilar Hurtado con el de Assange. O, lo que sucede más a menudo, justificar los excesos de los militares con los de los criminales. Un ciudadano que transgrede las leyes es un criminal. Aun cuando –a veces es el caso– esté haciendo lo correcto. Cuando un delincuente comete un delito, está haciendo su trabajo. En cambio, el Estado no puede delinquir. Su deber es hacer respetar la ley y proteger a todos los ciudadanos, incluso a los delincuentes. Porque si el Estado transgrede sus propias leyes entonces en qué quedamos.
El problema es que en Colombia el Estado está lleno de criminales. De los que nunca hacen lo correcto. Las mafias nos han ganado todas las batallas que hemos librado con la esperanza de construir un país mejor; y están incrustada en el poder.  Por eso estamos llevados de san putas. 

Desde este punto de vista, el trabajo de periodistas como Daniel Coronell es peligroso, pero más bien fácil: no es sino poner el dedo en un nombre de funcionario o institución y sale pus. Porque encima de criminales son descarados. Pasan dejando evidencias que a veces son difíciles de ver, pero por lo grandes. 
Estamos dirigidos por tantos criminales y desde hace tanto tiempo, que ellos conforman el Estado legítimamente constituido. El que se nutre de la guerra, la corrupción, la mentira, la estupidez…
Por eso cuando se desenmascara públicamente a un funcionario por sus abusos y sus crímenes, no pasa nada. O en el mejor de los casos, se cae… y es remplazado por otro igual de corrupto, o peor.
O tal vez no. Tal vez alguien pueda relevar el reto de encontrar UN funcionario sin mácula. Pero eso sería como una curita sobre un cáncer.

El país entero es una pústula sangrienta que perdió toda sensibilidad. 
Entre violencia y corrupción, sólo podemos observar impotentes la avalancha de horrores que nos aplasta cotidianamente. Los que aún tenemos capacidad de sorpresa o indignación, no alcanzamos a recoger la carraca que nos tumbó al piso una barbaridad, cuando nos cae la siguiente. Por eso estamos tan maltrechos. Por eso somos una nación enferma. Demente.

Si no, ¿cómo explicar que un informe como el de la periodista Natalia Springer a propósito de los niños reclutados para la guerra, pase prácticamente desapercibido?

Como un alcohólico que aún no admite su problema, no queremos admitir la vergüenza de que la principal actividad económica del país es la guerra y que son nuestros niños los que la libran. No queremos admitir que hemos sacrificado varias generaciones en el altar de la mafia y que –como la del alcohólico–, nuestra situación es cada vez más vergonzosa, más desesperada, más dolorosa.

A esa masacre permanente le hemos dado varios nombres, el último de los cuales, guerra contra las drogas. A los niños y jóvenes que la llevan a cabo también les damos nombres: soldados, paramilitares, guerrilleros, bandas…Y a los desechos que produce esta fábrica infernal, les llamamos bajas, héroes, positivos, resultados: lo que sea para no admitir que son despojos mortales: los cadáveres de nuestros hijos. 
Sin contar los otros residuos: poblaciones desplazadas, abandonadas, espoliadas, humilladas, masacradas…

Los libramos sin resistencia a la deshonrosa gloria de esa puta que llamamos patria. Que no es otra cosa que la mafia que nos gobierna, cuya gloria consiste en arrasar tierra y gentes para beneficio propio. Porque encuentran natural rendirse y rendirnos al poder de los dueños del mundo con la esperanza patética de ganarse una entrada en ese club.

Es cierto que Colombia es una fosa común vergonzante.

No que todos seamos como las mafias que nos gobiernan. Somos muchos los que nos dolemos de este estado de cosas y pasamos denunciando y protestando. 
Nuestro drama es que adolecemos cruelmente de líderes. 
También es cierto que nos los han ido asesinando a medida que han surgido.
Por eso es que estamos claudicando y ya estamos casi muertos.


¿Qué hacer? Yo no tengo ni idea pero sí sé que hoy contamos con herramientas de comunicación poderosas que nos permiten hacer lo mismo que los alcohólicos cuando finalmente admiten su problema:  hablar con sus semejantes para encontrar solidaridad y pistas de solución. 

Son un poco ridículas todas esas mediciones que hacen los medios para establecer liderazgo en la redes sociales, siendo tan fácil: tiene influencia el que tiene influencia y ya. Nosotros sabemos quienes son.  A quién escuchamos. A quién le creemos. Quién comparte nuestras ilusiones, nuestros principios, nuestras expectativas. Hay para todos los gustos. 
Así nos vamos tejiendo.
Yo me uno a quienes se avergüenzan y se indignan ante la injusticia, la iniquidad, la corrupción, la violencia, la mezquindad. Quiero aprender de ellos.

Mi sueño es que a través de ellos, tejiendito, tejiendito, encontremos a nuestros líderes sociales y políticos. Esos que nos llevarán hacia la pacificación

Sólo eso le pediría a mis líderes: Que desarmen las manos y los corazones de nuestros hijos, para que podamos lavar la sangre de nuestras manos y nuestras conciencias. 
Para que podamos emprender nuestro camino de sanación. 
Lo demás seguirá naturalmente. 
Un día a la vez.














regalito: una historia del creador de tuiter




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